miércoles, 24 de abril de 2019

Sin(an)estesia.

Te diría que a veces amando
he podido sentir los colores,
como el verde de tu iris
galopando por las colinas de mi cuerpo,
y a veces he podido
saborear los sonidos,
como cada vez que mi oído ha lamido,
ávido y hambriento
tu voz, o tu risa.
He podido ver también los sabores,
lo dulce que eres,
lo picante que me vuelves,
y me he sumido durante meses
en una suerte de sinestesia
que me hacía tremendamente feliz.

Y luego algo
se me ha extirpado de dentro sin miramientos,
entre mis gritos, los que se oían,
y mis otros gritos, los que se vieron,
y sufrí un dolor durante días,
semanas,
meses,
noches,
reviviendo sin anestesia un infierno
que me ha tocado pisar demasiadas veces.

Y entonces después un día
me desperté y no veía nada,
ningún color más que el gris,
no oía, no olía,
tu risa no retumbaba, tu colonia era solo agua,
y al final había perdido tanto los nervios
que ya ni el goce del tacto me queda.

La anestesia te duerme y te enfría,
te vuelve medio cadáver
para medio, a su manera,
salvarte de estar viva.

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