jueves, 26 de junio de 2014

Hambre.

Mi amor se quedó a comer.
Una vez,
Dos veces, 
tres.
No me acuerdo bien, 
la verdad.
Yo no tenía nada para darle.
Como un niño famélico me miró;
sus ojos, una súplica implorante.
"Lo siento", murmuré.
Frente a mí lo vi cambiar,
quitarse la carne,
como quien se quita la camisa.
Y luego mi amor era hambre,
hambre llenando mi cocina.
"¡No tengo comida!", le grité
y me miraba con sus cuencas
casi vacías.
Siguió esperando porque dicen que
la esperanza da de comer
muchos días.
Mil lunas el Sol se tragó,
y mi amor no cedía,
y al final eran huesos de amor
sentados en una silla.
Quién soltó el perro que los royó
nunca fue una intriga;
yo era mero espectador
de esta obra asesina.
Pude levantarme, cogerlo e irme,
pero lo cierto es que no se dejaba.
Seguía comiendo esperanza
mientras le roían la tibia.
Al final los huesos estaban tan partidos
que solo eran astillas,
astillas desparramadas en el suelo,
pero aún veían;
y oía su voz suplicar
"¡por favor, dame comida!"
y nunca entendió que mi especialidad
era servir heridas.

Quién sabe cuánto tiempo comerá esperanza,
aguardando a la deriva,
sin rumbo ni ideas ni balsa,
ni una bala suicida.

Pude levantarme, cogerlo e irme,
pero lo cierto es que no se dejaba.
Seguía comiendo esperanza
mientras le roían la tibia.

Desconfianza

 Igual que cuando fuera llueve Y decide una, por no enfermar, Por prevención, porque se conoce el cuerpo, Ponerse un abrigo, la bufanda, los...