La historia del día que
Caperucita dejó de sentir,
dejó de vivir, dejó de oler
las flores del bosque
en sus eternos paseos,
y la historia del día en que
el malo del cuento comenzó a ser la nada,
la rutina,
el minuto eterno e invencible,
el sabor de siempre (insípido),
el Sol brillando igual cada día.
La historia del día que cambió la caperuza
por una capucha de cuero negro y unas botas,
y se lanzó al bosque, en busca del lobo,
en busca de las fauces y el miedo,
en busca del peligro y la muerte,
en busca de sentir algo,
en definitiva.
Y se entregó a la noche que la engullía,
a los ojos amarillos que la vigilaban,
a una guadaña esperando en la esquina,
fue a abrazarla, como a una vieja amiga,
buscando dientes,
buscando garras,
sabiendo que, aunque quisiera volver,
ya nunca encontraría el camino a casa.