martes, 12 de mayo de 2020

El valle de la isla de Venus


Ayer la marea subió 
inundando las cuevas del valle de Venus,
recordando en las estrellas 
el abrazo húmedo de tu carne contra la mía,
blanda, dura,
y una suerte de tormenta se desató
arrasando con los árboles
que me darían el papel para escribirte otra carta
que se ahoga en la orilla. 
Cuando llegabas a mí,
como un pequeño animal cansado 
de la marejada, yo me volvía loca
en esa calma intempestiva que compartíamos,
en esas sábanas que eran arena,
que se desgranaba beso a beso,
labio a labio, 
cuerpo a cuerpo,
mientras ineludiblemente chocábamos. 
Llenabas mi orilla de espuma,
mi entraña cubierta de sórdido oleaje,
tu nombre sonando en el eco 
de cada poro de mi piel,
y en algunos momentos mi viento,
tan viajero, no quiso marcharse,
perdió el rumbo, el sentido, la cordura, 
y en algún momento la vida
mientras cada ocaso me precipitaba 
a encontrar mi perdición en tu costa. 
Fuimos una sirena y un marinero
rompiendo contra las rocas,
necesitándose tanto que a ratos
nos olvidábamos de que una canción mía
o un arpón tuyo
significarían en cualquier momento nuestro final. 
Fuimos una isla perdida y un barco
siempre destinados a separarnos pronto
y a nunca poder regresar. 

Desconfianza

 Igual que cuando fuera llueve Y decide una, por no enfermar, Por prevención, porque se conoce el cuerpo, Ponerse un abrigo, la bufanda, los...