jueves, 26 de diciembre de 2019

Las raíces de un girasol

Te había soñado mil noches,
Te había dedicado mil lunas,
Mil sueños robados a Morfeo,
Mil esperanzas durmiendo en su cuna,
Y así, cuando conocí tu pelo,
Reconocí en su oro mi fortuna
Y en el lazo que nos ata 
Dejé desatar mi locura. 

Cuando el verde de los prados
De tus ojos se hizo beso
Se erigió en mí una iglesia 
A la fe que te profeso,
Fui embebiéndome de ti,
Empapada hasta los huesos,
Comulgando con tu carne 
Aquel domingo travieso,
Y cuando mi piel con tu piel
Se hicieron en tarde de verano amigas
Abrazándose sabiendo que 
Sin conocerse eran viejas conocidas
Calmó en mi boca por siempre la sed
Una sola gota de tu saliva
Y hambre no habrá, la lluvia se fue,
El frío no existe cuando tú me abrigas. 

Una mañana, tras tú nacer,
Te oí llorar, siendo yo solo una niña,
Y aprendí a caminar 
Por buscarte en cada esquina,
Los pasos que a mis pies sumé
Andaban una senda escrita
En las raíces de un girasol
Creciendo en Andalucía. 

Y es que te había dedicado mil noches,
Te había dedicado mil dudas,
¿Habría esperanzas, me pregunté, durmiendo en mi pequeña cuna?
Pero cuando conocí tu pelo
Reconocí en su oro mi fortuna
Y en el lazo que nos ata
Siempre desataré mi locura. 

viernes, 13 de diciembre de 2019

Polisíndeton vital

Está el mundo lleno,
lleno, lleno,
de canciones que no son para mí,
de amores engalanados,
de sonrisas que son
piezas de orfebrería.
Es como que la calle huele a pan,
pan caliente,
y las aceras están llenas,
llenas, llenas,
y yo estoy vacía y
hace tanto que no como...
Desde otra esquina
me observa un niño
pequeño, grande
la curiosidad que lo corroe,
y su mirada es ácido
cuando le veo mirar la
pantomima que es mi vida.

Está el mundo lleno,
lleno, lleno,
de caricias, de regalos, de alegrías,
de pájaros que cantan,
de bebés que ríen por primera vez,
y dentro de mí el mundo es negro
negro, negro,
viscosos los sueños,
alquitrán la saliva.
Todo lo que oigo sonar es robado,
lo que huelo es robado,
lo que pruebo es robado,
a veces me pregunto
si la vida es mía,
me queda como un traje viejo
raído, demasiado holgado,
con olor a orina.

Y a veces lloro,
lloro, lloro,
y me pregunto por qué
mientras miro una estrella
porque el firmamento es lo único
que me permite
sentir que los demás
son tan insignificantes
como lo soy yo. 

sábado, 30 de noviembre de 2019

Ilusión

Vida, vida mía
devuélveme mi corona
devuélveme la corte,
devuélveme la alforja,
devuélveme las joyas
que en mí tan bien lucían
que fui oro y soy barro
óyeme, vida mía. 
El pozo en que caí,
que es de melancolía,
no se parece en nada
a mi cama mullida,
al aroma de las viandas,
a los gritos de alegría,
que fui oro y soy barro
óyeme, vida mía. 
Devuélveme la corona
y quítame la espina
que llevo en lo más hondo,
que nunca se me olvida
que en mi boca bailaron
las más traviesas risas
que antes era sola
llena de compañías
pero ahora simplemente
soy cáscara vacía. 
Vida, vida mía,
soy plebeya, soy esclava, 
el grito del silencio
en lo más hondo se me clava,
que nunca se me olvida 
que antes me adoraban
y que brillaba el suelo 
allá por donde yo pisaba. 
Vida, vida mía,
ahora siempre 13 y martes,
cuánto yo daría por 
de este yugo librarme, 
de esta piel arrancarme
el olor a ser plebeyo,
pues no hay nada menos bello
que ser nadie;
y por mi trono en las ruinas
vida, yo te regalo mi carne,
yo te regalo mi huida,
yo te regalo mi sangre,
pues antes que ser quien soy,
y quien soy, desde luego, es nadie,
yo prefiero ser reina
aunque el castillo sea de naipes. 

lunes, 18 de noviembre de 2019

Feliz cumpleaños Rebeca

Rebeca volvía a casa tras el trabajo. Suspiró. La verdad, no le parecía nada justo tener que trabajar el día de su cumpleaños. Al menos ahora llegaría a casa, se ducharía, se pondría el vestido nuevo y saldría a tomar una copa con las chicas. Hacía mucho tiempo que no celebraba su cumpleaños decentemente, pero el trabajo la tenía tan cansada que no había tenido tiempo de organizar nada. Sacó las llaves de su apartamento cuando el ascensor ya se acercaba a su planta. El timbre del elevador anunció que habían llegado. Rebeca salió de él, se quitó los tacones y entró en casa descalza, pensando que quizá estaba demasiado cansada esa noche, tal vez le diría a las chicas de esperar al fin de semana...

-¡Feliz cumpleaños!

Cuando encendió la luz, se encontró su apartamento completamente decorado. Él estaba en el centro del salón, con una sonrisa radiante, una botella de espumoso en las manos y un gorrito de cumpleaños.

-¿Pero qué...? -preguntó Rebeca.
-¡No digas nada! No tienes que agradecerlo, me apetecía hacerlo. Hace tanto que no celebras un cumpleaños que pensé que te gustaría la sorpresa -sonrió radiante- La tarta es tu favorita. He comprado el vino que te gusta, la cena está en el horno terminando de hacerse, le faltan solo cinco minutos...planeaba tenerla antes pero no sabía muy bien cómo funcionaba la cocina -se rio- Bueno, me parecía un poco hortera todo el tema de las guirnaldas de cumpleaños pero supongo que están bien...son coloridas -dijo, señalando las letras que rezaban FELIZ CUMPLEAÑOS REBECA y se extendían de parte a parte del salón- A mí me apetecía algo más personal, por eso también he puesto las fotos donde salimos juntos. Y como últimamente llegas tan cansada que te vas directa a dormir y es el único momento en que te veo, también he puesto otras -se rio, encantado de su ocurrencia.

Rebeca lo observó todo. Un montón de fotos de ella tomadas en distintos sitios. Aquella vez que fue a probar el nuevo café del barrio, un día recién salida de la peluquería, una foto paseando a los perros de su madre, una selfie esperando el metro. En todas las fotos, él salía detrás, como queriendo dejar que solo ella se llevase el protagonismo.
Las otras fotos eran de ella durmiendo. Era verdad, últimamente solo estaba del trabajo a casa, desde el ascenso...así que llegaba y se iba a dormir. Había varias, con el color verdoso típico del modo nocturno de las cámaras. Las fechas se veían en el margen inferior derecho; eran de distintos días.
El timbre del horno sonó.
-¡Ya está! -exclamó él, triunfal. -Te he hecho lasaña, que sé que es tu comida favorita. -De camino a la cocina pasó junto a Rebeca y se agachó a darle un suave beso en los labios- Por cierto, me he tomado la libertad de escribirle a las chicas desde tu Facebook y decirles que lo aplazábais...¡lo siento! Pero cuando me enteré que justo hoy ibas a salir, y yo planeando todo esto...no quería que se me chafara la sorpresa. Me he esforzado tanto con todos los detalles...¡es que quería que quedase perfecto! ¿Y ha quedado, no? ¿A que sí? -preguntó, sacando muy sonriente la lasaña del horno.
-Sí...-murmuró Rebeca, con un hilo de voz.

Era perfecto. El único problema era que ella no conocía de nada a ese hombre.

NORA


 LA NUEVA



Lo primero que Carol sintió tras morir fue un latigazo, el primero de muchos. Abrió los ojos, sorprendida. Carol tenía unos ojos enormes que hacían de su cara una suerte de muñeca y la hacían aparentar no haber llegado a los 30, aunque de hecho los pasaba sobradamente.
Y sin embargo, había muerto.
Nada hacía sospechar que fuese a llegarle tan pronto el momento. Comía sano, se ejercitaba varias veces a la semana...se había propuesto darle un buen ejemplo a Nora desde que nació y...
¡Nora!
Carol sintió el nombre de su hija relampagueando dentro de su mente y sacudiéndola más que el latigazo. Rápidamente se giró, buscando a su hija, sin entender...un nuevo golpe, esta vez en la cara, la aturdió. Una herida se abrió desde su nariz casi hasta su oreja derecha y sin poder evitarlo, por la sorpresa y el dolor, se orinó encima. Al verlo, el hombre que sostenía el látigo, un ser grotesco, enorme, con una barriga bamboleante, se echó a reír. Su risa era profunda, de carroñero, y a Carol la recorrió un escalofrío.
-¡La nueva tiene miedo! ¡La nueva SE MEA de miedo!- tronó el hombre, sin dejar de reír.
Carol dio un respingo cuando una mano le tocó el brazo. De pronto se encontró mirando una cara, más amable pero con los ojos llenos de gravedad. Las arrugas de la edad la surcaban.
-Vuelve a la cola, nueva.
-¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
La arrugada cara se la quedó mirando de manera cautelosa. Frunció los labios.
-¡Dime qué es esto!-imploró Carol, desesperada.
El Viejo suspiró.
-Esto es lo que hay después de morir, nueva.
Los ojos de Carol se llenaron de lágrimas. Aquello era sencillamente imposible, una broma de mal gusto. Se acercaba el día de los inocentes, tal vez Noel...no, se dijo Carol, su marido no habría ideado algo así, algo donde de verdad le pegaran. Notaba la sangre caliente correr por su rostro y mancharle el cuello.
-¿Dónde están mi marido y mi hija?-preguntó con un hilo de voz.
-¡Un marido y una hija!-exclamó el Viejo- Sí...eres tan joven. Es natural. No ha entrado nadie estos días, ningún muchacho de tu edad, ninguna niña. Creo que has venido sola.
-No puedo haber muerto...esto debe ser una broma...no puedo haber muerto...
Pero sí podía. Carol se levantó un día lluvioso, tan normal como otro cualquiera. Apenas había dormido porque Nora había comido demasiado helado en la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y había pasado la noche vomitando. Sin embargo, la niña se levantó sin rastro de dolores y su explosión de energía irritó a Carol. Había discutido con Nora en el coche, llevándola al colegio. Le había gritado a su hija que se callase de una vez, que se le estaba levantando dolor de cabeza. Había dejado a Nora en el colegio y había conducido hacia el trabajo, con una jaqueca cada vez más intensa. Y después, un fogonazo de dolor, una vena del cerebro detonando silenciosamente, y nada más.
Se preguntó si Nora seguiría esperando a la salida del colegio a que mamá fuese a recogerla.
Abrió la boca para preguntar, para preguntar no sabía bien qué, pero preguntar, porque necesitaba saber algo, cualquier cosa. Un nuevo golpe aterrizó en sus labios, que se partieron y comenzaron a sangrar de manera profusa.
-¡A la cola, nueva! ¡A trabajar!- masculló el hombre del látigo.
Carol se dio la vuelta, esperando no enfurecerlo más. Echó un rápido vistazo al lugar. No era para nada lo que ella esperaba que sería el cielo, el infierno, o lo que uno pudiera pensar que había tras la muerte. Estaban en un terreno embarrado en medio de colinas de un verde apagado. Iba sucia, apenas tapada con un trapo, y tenía las muñecas encadenadas al hombre de delante, el Viejo, y a una mujer que iba detrás de ella, con la mirada ausente. Se moría de frío. A sus lados, otras serpientes de humanos encadenados y descalzos caminaban sobre el lodo.
-¿A qué se refiere con trabajar?- murmuró hacia el Viejo, con la esperanza de que el Látigo no la escuchase.
El Viejo soltó una risilla ahogada, casi inaudible.
-Sí, desde luego, eres tan nueva...
-Dímelo por favor.
El Viejo giró momentáneamente la cara hacia ella y levantó una ceja, ligeramente sorprendido.
-Hacía mucho que no escuchaba unos modales decentes por aquí. Ya nadie nos trata como a personas...qué demonios, nos han aplastado tanto que ni entre nosotros nos tratamos con un poco de dignidad- volvió a reírse, sin alegría- Nueva, así están las cosas, esto es lo que somos después de morir. Toda mi vida creí que el pobre diablo que era en vida encontraría consuelo en la muerte, y aquí estoy, esclavizado...-hizo una mueca de disgusto- Las cosas no cambian demasiado respecto a estar vivo, sigue habiendo niveles. Ni siquiera la muerte nos trata a todos por igual.
-¿A qué te refieres?- susurró Carol, asustada.
-Me refiero a que ahora has muerto y eres una esclava. En esta tierra no tenemos nada de lo que teníamos en vida. ¿Los faraones que eran enterrados con todas sus pertenencias? ¡Gilipolleces! Aquí llegamos sin nada...y los hombres siempre hemos sido avaros...
A medida que la serpiente humana avanzaba por el lodo (que el Viejo advertía mucho más agradecido que los caminos de guijarros) Carol escuchó, entre el asombro y el terror, el retrato inhumano que el Viejo le hizo del submundo. Un mundo donde el General había llegado, ni se sabía de dónde ni cuándo, y al verse en una tierra vacía decidió acudir al mismo recurso que en vida: el miedo. El General gobernaba, en una suerte de dictadura, el submundo, desde antes de lo que el Viejo o la Primera podían recordar.
-¿La Primera?
-La llamamos así aunque es obvio que no es la primera realmente- rio el Viejo- pero quien estuviera antes de ella...simplemente, ya no está.
El Viejo se giró hacia ella, aprovechando que la formación estaba parada. Alargó una mano para tocar la herida del latigazo. Carol dio un respingo.
-Todo lo que sufras aquí nunca se cura. La curación es algo vivo, y aquí solo reina la muerte. Los Anteriores se han ido rompiendo con el paso de los años y los usos del General.
Carol inhaló.
-¿Qué pasa cuando te rompes?
La mirada del Viejo la rehuyó. Carol tomó su cara entre las manos y lo obligó a mirarla.
-¿Qué es lo que pasa?
-Lo que pasa, nueva...-el Viejo suspiró- es que ahí comienza de verdad lo que todos conocemos en vida como El Infierno. Si dejas de tener utilidad al General, eres desterrado a las Tierras Yermas- su mirada se perdió en el horizonte- No las he visto, nueva, pero todos hemos oído hablar de ellas. La Primera está allí- el Viejo hizo una pausa en su relato, como si le costase continuar- No hay nada en las Tierras Yermas más que arena y Sol. Y sin el favor del General, no se reciben comida ni agua. Ten cuidado, nueva. Si te rompes una pierna, un brazo o cualquier otra parte necesaria no sirves para el trabajo, nunca te curas. Lo siguiente es el exilio y existir con hambre, sed y dolor.
-Me llamo Carol- susurró ella, intentando no pensar demasiado en lo que él acababa de decirle.
-No- el Viejo negó con la cabeza- aquí no te llamas nada. Solo la Nueva.


LA JOYA



Los días pasaban. El Sol salía y se ponía. No existían los relojes, el único momento de descanso era la oscuridad. Carol se acomodaba en el suelo, mirando las estrellas sobre ella, incapaz de dormir. Había hecho todo lo posible para no recibir más latigazos. Después del cuento del Viejo, las Tierras Yermas la aterrorizaban. No sabía cuánto tiempo llevaba allí pero su herida de la cara y su labio partido nunca se hacían cicatriz, seguían frescos como recién hechos. No quería recibir más.
Tenía las manos llenas de ampollas que seguían reventando día tras día. Los pies no habían corrido mejor suerte. La comida y el agua que el General les destinaba eran pobres y tenían un sabor horrible, pero apaciguaban un poco el hambre. Carol estaba segura de que hubiera perdido muchísimo peso si siguiese viva en esas condiciones...
Todo el mundo a su lado dormía, agotado. Ella era incapaz; Nora no salía de su mente. Pensaba en ella y en Noel, en no haber podido despedirse nunca, en haber gritado a su hija por ser demasiado ruidosa la última vez que la vio...la última vez que la vería, hasta que muriera.
Un escalofrío la recorrió. Los Útiles tenían prohibidas las Tierras Yermas, así que solo pensaba en permanecer necesaria. Si la desterraban, entonces sí que no volvería a ver a Nora...La congoja se apoderó de ella, se giró suavemente sobre un costado. Una lágrima resbaló, surcando la herida del rostro. Así que aquello era lo que le esperaba a Nora cuando muriese. Terminaría allí, como todos, a merced del General. Había familias enteras allí abajo (no sabía por qué, pero Carol se imaginaba aquello como "abajo") y suponían un consuelo a la hora de descansar, de comer...pero pese a estar juntos, seguían siendo infelices. Condenados.
El Viejo le había hablado de los reencuentros. Le había hablado de la gente que muere joven, de cómo cambia la vida.
-No soy tan viejo- dijo él, riéndose con su voz cascada- Tengo poco más de 60, o los tenía cuando morí. Mi mujer era más joven que yo y no estaba tan estropeada - sonrió con nostalgia- Me pasé los años aquí lleno de angustia al saber que en cuanto Rita muriese terminaría aquí, pero también de esperanza, porque eso significaba que podría volver a verla...-suspiró- Rita me sobrevivió casi 30 años, y cuando murió, fui a encontrarme con ella. -Los ojos del Viejo miraron a Carol, acuosos- Me recordaba, con afecto, sí, pero había vuelto a enamorarse. Volvió a casarse, volvió a vivir. Su segundo marido había muerto poco antes que ella, y ahora él es su familia...nunca tuvimos hijos, solo la esperaba a ella- sonrió, tristemente- Es un momento difícil ese en que te das cuenta de que estarás solo para siempre...no existas aquí esperando que algún día tu marido te acompañe.
Los sollozos la sacudieron. El recuerdo de las palabras del Viejo la destrozaba por dentro. Carol creía que cuando muriese no habría nada, no sentiría nada, nunca más...y sin embargo, ahí estaba, destrozada por la idea de que Noel quizá nunca volvería a estar con ella, ni siquiera cuando la muerte de él los volviese a unir. Noel todavía no había cumplido los 40 y era un hombre agradable, atractivo...la llenaba de rabia la idea de él con otra mujer a su lado, una nueva esposa que hiciese de madre para Nora. Era tan tremendamente injusto...


-Las Tierras Yermas son El Infierno- dijo Carol al día siguiente, con el Sol calentándole la piel. Ella y el Viejo estaban sentados, comiendo un pan mohoso y rancio y bebiendo agua sucia.
-Eso es- confirmó el Viejo.
-Si hay un infierno debe haber un cielo- observó Carol.
La mano del Viejo se detuvo, dejando a medio camino de su boca una migaja de pan. Su silencio se hizo pesado y denso en el aire caliente.
-¿Qué ocurre?
-Dicen que sí lo hay, nueva. El miedo no es lo único que utiliza el General...
-¿A qué te refieres?
El Viejo suspiró y dejó caer el pan en el plato de barro.
-Dicen que el General tiene una joya...- miró alrededor, precavido- Es una leyenda, de todos modos. Tonterías. Dudo que sea cierta.
Carol también dejó su comida y se aproximó al Viejo.
-¡Dímelo!
El Viejo la miró, atento. En el fondo de sus ojos palpitaba un miedo visceral.
-Es solo una leyenda, nueva...dicen que el General posee una joya...que te concede la capacidad de no morir...o de volver allí, si ya estás aquí...
Los ojos de Carol se abrieron. El Viejo pensó que incluso con aquel labio partido y aquella fea herida que dividía su cara en dos, seguía pareciendo una niña.
-Pero -objetó Carol- si el General tiene esa joya...¿por qué no la usa?
El Viejo suspiró.
-El General es un Dios aquí -rio sin ganas- ¿Para qué volver a un mundo que él no gobernaba? -el Viejo señaló al Látigo- Pregúntate, nueva, ¿por qué no nos volvemos todos contra el General y hacemos de esto un cielo? Esto es un folio en blanco, nadie salvo el General ha decidido que sea así...podríamos rebelarnos -los ojos del Viejo chispearon- derrocar al General, vivir libres...pregúntate, nueva, ¿con qué controla el General al Látigo y los demás, si a ellos nadie amenaza con herirles? -el Viejo se le acercó y susurró, confidente- la Primera nos dijo que, desde los tiempos de los Anteriores, el General ha prometido regalar la Joya a su secuaz más fiel.
Los ojos de Carol brillaban.
-Una manera de salir de aquí...
-No, nueva...-el Viejo negó- la Primera lo intentó. Ella sabía dónde guardaba el General la joya...se sentenció a sí misma...el General la desterró a las Tierras Yermas y nunca hemos vuelto a verla. No te creas todos los cuentos de hadas, la Joya solo es una artimaña del General. No existe.


El látigo estalló en el aire, golpeando sonoramente una roca. La voz ronca de uno de los Capataces anunció la vuelta al trabajo. Carol se levantó y se dirigió a su sitio, alejándose del Viejo.

"Quizás...", pensaba.



LA PRIMERA 



Cuando cayó la noche Carol escapó. Le hubiera gustado despedirse del Viejo, pero no podía arriesgarse a despertar a los Capataces. Ninguno se quedaba montando guardia ya que, de todos modos, no había adónde escapar. Carol dudaba de que nunca nadie se hubiera largado de noche a hurtadillas para dirigirse a donde ella se dirigía...
Las Tierras Yermas.
Quizá fuese solo una leyenda o, como bien decía el Viejo, una artimaña del General, pero necesitaba encontrar a la Primera. Necesitaba preguntarle por la Joya, necesitaba comprobar si existía...y dónde.

Durante días caminó, sin agua ni comida, bajo un Sol cada vez más abrasador. El Viejo le había dicho que las Tierras Yermas estaban allá donde nada crecía, donde el Sol era más fuerte. Carol se orientaba guiándose por la vegetación, que iba haciéndose escasa a medida que avanzaba.
Al cuarto día lo oyó. La arena de un montículo cayó ligera, como si alguien la hubiera movido. Carol se paró y se quedó mirando, esperando para ver si quien la observaba se decidía a salir.
-Estoy buscando a la Primera -dijo, al ver que nadie aparecía tras la duna de arena.
-¿Por qué una desterrada busca a la Primera? -le respondió una voz.
-No estoy desterrada -respondió Carol- estoy aquí solo porque busco a la Primera.
Un rostro cuarteado por el Sol asomó tras la duna, asombrado. El hombre la escrutó con la mirada, viendo su cuerpo sano, solo estropeado por la herida de la cara y el labio partido. Al comprobar que era una Útil, se dirigió hacia ella, curioso. Carol observó que le faltaba un brazo.
-Es la primera vez en toda una existencia en las Yermas que viene aquí una Útil por iniciativa propia -observó el Manco- ¿Qué buscas en la Primera?
-A no ser que seas la Primera no veo por qué eso te incumbe.
El Manco la miró fijamente. Carol le sostuvo la mirada.
-Está bien -claudicó él- Te llevaré hasta la Primera, pero te lo advierto...no es de mucha ayuda para nada ni para nadie.
El Manco comenzó a andar, siguiendo un camino trazado en su cabeza. A Carol cada duna le parecía idéntica al resto, pero aquel Anterior parecía diferenciarlas. Caminaron durante un tiempo indeterminado, en silencio, hasta divisar a lo lejos un grupo de gente.
-Quédate aquí- ordenó el Manco- yo avisaré a la Primera. Ella tiene que decidir si quiere verte o no.
-Está bien.
Carol se quedó quieta mientras el Manco se aproximaba a los Anteriores. Cuando llegó a su altura, se paró y les habló. Carol supo que hablaba de ella, ya que el grupo se giró, intrigado. Curiosamente el Manco seguía hablando, pero no parecía haber nadie prestándole atención. Se quedó quieto, escuchando unos instantes; después asintió y se volvió hacia ella.
-Puedes venir -gritó.

Temblorosa sin saber muy bien por qué, Carol se dirigió hacia allí. A medida que avanzaba pudo ver al grupo más nítidamente. La mayor parte de ellos estaban mutilados o tenían articulaciones rotas, dobladas en posturas imposibles. No podían morir, pero el Sol excesivo y la falta de agua les había secado la piel, que estaba oscura y con textura de cuero, estirada sobre sus cuerpos deformes. Lo primero que le provocaron fue repulsión, lo siguiente, intriga...¿cuál de todas las mujeres que estaba viendo sería la Primera? Trató de imaginarse el castigo que el General le habría infligido.
-¿Una Útil aquí, preguntando por mí? -preguntó alguien trabajosamente.
La voz parecía provenir del suelo y la mirada de Carol reptó por él hasta encontrarse con ella. Exclamó sorprendida.
La Primera era un amasijo que yacía en el suelo. Le faltaban ambas piernas, cortadas a la altura de las rodillas. Las rótulas estaban destrozadas. El brazo izquierdo también faltaba, mientras que en el derecho, a la mano ladrona le habían sido amputadas todas las falanges. Tenía la cadera rota, la nariz apuntaba hacia un lado y el pecho hundido. Un escalofrío recorrió a Carol de pies a cabeza. Intentó recomponerse, tosió ligeramente y trató de que no se notase demasiado su turbación.
-El Viejo me ha hablado de ti -graznó en respuesta.
Una ceja de la Primera se levantó de manera apenas imperceptible. Tenía curiosidad.
-¿Podemos hablar a solas? -preguntó Carol.
La Primera miró a los demás. El grupo de Anteriores se levantó, unos con ayuda, otros prestándola, y se retiraron a unas decenas de metros.  Carol agradeció el esfuerzo.
-Quiero que me hables de la Joya.
La Primera comenzó a reír de manera atropellada; a la risa siguieron unos estertores. Tosió, esputos y sangre, sin dejar de reír.
-¿Qué es lo que quieres que te diga de la Joya?
-Quiero saber si es real.
-Dime, Útil, ¿crees que el General se hubiera ensañado tanto si la Joya no fuese real? -la Primera sonreía sardónicamente.
Carol abrió la boca para responder, luego la cerró. Si bien era cierto que todos los Anteriores estaban allí por no ser ya Útiles, ninguna mutilación era parecida a las de la Primera. En lugar de resaltar lo obvio, abrió la boca.
-Tengo una hija, Nora. Es una niña pequeña, tiene 7 años -los ojos de Carol se llenaron de lágrimas- La última vez que pude verla estaba haciendo mucho ruido de camino al colegio. Le grité. -La Primera pareció interesarse- Le grité y se fue a clase, con una cara tristísima. No me disculpé porque...porque creía...creía que volvería a verla ese mediodía al recogerla de las clases -No pudo evitar romper a llorar- Necesito saber si existe algo que me permita volver a verla, y si puedo conseguirlo. Por favor.
La Primera permaneció en silencio, sopesando el relato de Carol, durante un tiempo que se le hizo eterno.
-Siendo una Útil, has venido hasta las Tierras Yermas por la promesa de una leyenda, sabiendo que si no era cierta tendrías que quedarte aquí sin poder volver, ¿es así?
-Así es -afirmó Carol.
La Primera chasqueó la lengua.
-La Joya existe -dijo finalmente- con mis propios dedos la toqué, con los de esta mano -agitó los muñones de la  mano derecha - Es un brazalete que está en esta tierra desde los tiempos de los Anteriores. Sin embargo, está a muy buen recaudo, en la mismísima habitación del General. No hay nadie custodiándolo porque el General no confía lo suficiente en sus Capataces, pero aquí hay varios que han intentado usarlo y no han podido...la Joya se custodia sola. Lo único que sabemos de ella todos los que la hemos buscado es que solo es útil una vez...aquella persona de quien se haga la Joya, será la que podrá disponer de ella.
-¿Qué significa eso? -susurró Carol, temerosa.
-Significa que podrías tener la Joya en tus propias manos y que ella no te escogiera...significa que podrías intentarlo, y terminar como yo.
La Primera sonrió, enloquecida.



EL GENERAL



Los días en las Tierras Yermas se sucedían sin novedad. La cabeza de Carol bullía. Quería, necesitaba, volver a ver a Nora y a Noel. Pero aunque fuese capaz de llegar hasta la Joya, ¿qué pasaba si le ocurría lo mismo que a la Primera?
Llevaba allí jornadas suficientes como para entender que el Viejo le hubiese dicho que aquello era el Infierno real. Cuando miraba a la Primera, rota, descompuesta, postrada para la eternidad en una arena caliente de la que no podía levantarse sin ayuda, casi echaba de menos al Látigo. También llevaba días soñando con aquellos míseros trozos de pan que sabían a húmedo y encerrado pero calmaban el hambre que le atenazaba el estómago. Tenía la garganta y la boca secas y rasposas, como papel de lija. El submundo no era en absoluto lo que ella se hubiese imaginado encontrar tras la muerte, pero las Tierras Yermas le hacían incluso valorar la estricta dictadura del General.

Varias semanas después de la llegada a las Tierras Yermas, Carol se armó de valor, de un valor que desconocía tener y que le sacaba de dentro el recuerdo de su hija. El camino de vuelta a las tierras del General fue un camino más sencillo que la ida a las Tierras Yermas. Una de las noches comenzó a llover, empapándola de pies a cabeza. Su piel, que había comenzado ya a cuartearse por el Sol, agradeció la frescura. Levantó el rostro hacia el cielo y las gotas empaparon los bordes resecos de la herida que le cruzaba la cara.

Lo primero que oyó, como la primera vez que había llegado allí, fue el látigo. Un Capataz lo hizo restallar contra una roca y se quedó mirándola, extrañado.
-Me he ido. He intentado escapar -declaró Carol.
El Capataz la observó intentando saber si le tomaba el pelo y rompió a reír.
-¡Escapar! No hay ninguna manera de escapar de aquí, nueva. -una sonrisa de tiburón le cruzó la cara -Pero no te preocupes, seguro que el General está dispuesto a darte un billete solo de ida a un sitio nuevo.
Con un chasquido de los dedos del Capataz, Carol se vio apresada por otros dos, que le comprimían con fuerza los brazos.
-Llevadla a ver al General.


El General había mandado construir para sí una mansión, cuyos sótanos, fríos y húmedos, estaban llenos de celdas. Los Capataces tiraron a Carol dentro sin ningún miramiento. Pacientemente se sentó sobre el suelo de tierra, que estaba mojado, y esperó su llegada.
Cuando lo tuvo delante le provocó repugnancia. Tras semanas conviviendo con la suciedad de sus compañeros, de la que ni siquiera los Capataces se libraban, y las deformidades de los Anteriores, la piel pulcra y limpia del General, su uniforme militar impecable y la total ausencia de heridas le hicieron desde el primer vistazo albergar un odio inmenso hacia ese tirano.
El General le sonrió con desprecio. Una hilera de dientes impolutos, blanquísimos, se dibujó en su cara.
-Abrid la celda.
Carol se puso en pie. Un Capataz a cada lado flanqueaba al General. El miedo le provocó un nudo en la garganta.
-Querida -comenzó el General- aquí mantenemos una armoniosa atmósfera de paz y obediencia. No me gustan los rebeldes...además, os doy de comer, os doy agua. No os falta de nada...y si no trabajárais...¡os aburriríais tanto! -la risa del General resonó en el lúgubre sótano -Tú eres nueva, claro -meneó la cabeza, como decepcionado- Es obvio que no te han hablado de esto...intentar escapar...¡si no hay nada!
El General volvió a reír, sujetándose la barriga. Miraba a Carol y de pronto, su risa paró en seco. Su mirada se volvió sádica.
-O de hecho...de hecho sí que lo hay -paladeaba cada palabra- Existe un lugar...peor que este, querida. Un lugar donde van los niños malos -el puchero del General la hizo querer vomitar- Un lugar donde van los desobedientes y los rebeldes, los que son como tú. Pero antes me aseguro de que nunca más seáis Útiles...aunque tú...tan delgaducha...estoy seguro de que tampoco me servías de mucho antes de huir.
Carol se estremeció. Con sumisión, bajó la cabeza, no sin antes imprimir en su mirada la cantidad de miedo necesaria.
El General la miraba, como se mira a un gusano que puedes aplastar en tu bota con cualquier momento. La evaluó con la mirada y tras decidir que no suponía ningún peligro, chasqueó la lengua.
-Comienza a andar, querida. Te iré guiando hasta el patio...me gusta darle a mi pueblo un buen espectáculo cuando se presenta la ocasión.
Carol echó a andar. Un Capataz la custodiaba a cada lado, sin acercarse demasiado. Se había rebozado en la tierra mojada y llena de detritus de la celda y su olor producía arcadas. Más atrás todavía iba el General, dando indicaciones con la voz llena de satisfacción.
Subieron de los sótanos a una planta de la casa. La pared derecha estaba cubierta por retratos en distintas poses y con distintos fondos del General. La izquierda estaba llena de ventanas. Carol miró de reojo y vio a un montón de Útiles en el patio. La Primera ya le había dicho que las mutilaciones eran públicas.
Al fondo del pasillo a la izquierda se abría la entrada al patio. A la derecha, las escaleras que subían a la planta que el General utilizaba. Paso tras paso, Carol iba recordando las instrucciones de la Primera.
"Cuando llegues a la altura de la puerta del patio, echa a correr. Tienes que conseguir que los Capataces no te lleven agarrada. Los suelos del sótano huelen, te costará, pero úsalos. Usa esos ojillos de ciervo que tienes. Debes subir las escaleras, los Capataces van armados y con mucha más ropa, son más pesados, tú eres muy ligera. Sube las escaleras y tuerce a la derecha. Al fondo de ese pasillo, a mano izquierda, encontrarás otras escaleras, al subirlas solo está la habitación del General. Siempre está cerrada y guarda la llave en el cuadro que le refleja con el uniforme que lleva ese día. No necesitas mi ayuda para encontrar la Joya, notarás su presencia."
Paso tras paso, Carol repetía la secuencia en su mente. Apenas tres la separaban de la puerta del patio. Tomó aire, llenando sus pulmones. El General, tras ella, sonrió con placer, tomando el gesto como una muestra del terror de Carol.
Tres.
Dos.
Uno.
Torció a mano derecha, hacia las escaleras, y echó a correr. Había vuelto de las Tierras Yermas corriendo, preparándose, imprimiendo a sus piernas cada vez más potencia. Los Capataces tardaron lo suficiente en reaccionar como para darle ventaja.
-¡A por ella, imbéciles! -tronó el General.
Llegó a la planta de arriba. Una oleada de miedo la invadió al comprobar lo largo que era el pasillo que se extendía a su derecha, pero no se paró. Los Capataces la perseguían, como dos gatos hambrientos a un ratón.
Comenzó a correr en zigzag, tirando a su paso las estatuas, los jarrones, los maniquíes con uniformes que adornaban el pasillo. Cuando llegó a la altura de las escaleras que subían al dormitorio, comprobó satisfecha que había rezagado bastante a los Capataces. Subió los escalones de dos en dos, recreando en su mente el uniforme del General. El color, las insignias, el número y la colocación de los botones, lo había observado todo, de la cabeza a los pies, cuando con su actitud sumisa había bajado la vista. Corrió observando los cuadros pero ninguno correspondía al uniforme que llevaba ese día. Carol comenzó a desesperarse. ¿Y si había cambiado de sistema desde que la Primera lo había intentado?
Oyó los pasos de los Capataces sobre los primeros escalones y el rugido de los gritos del General algo más atrás. Asustada, se volvió hacia las escaleras, y entonces lo vio. Justo a la izquierda, en una esquina, el cuadro.
Voló sobre sus pies, llegando al cuadro, descolgándolo y encontrándose en la alcayata la llave de la habitación, colgada de una fina cuerda. La arrancó y en una maniobra desesperada tiró el cuadro al hueco de la escalera. Funcionó, retrasando un poco más a los Capataces, mientras ella llegaba a la puerta y, temblorosa, intentaba introducir la llave en la cerradura. Lo consiguió al tercer intento, entró y como una exhalación cerró la puerta y le dio varias vueltas de llave.
-¡Tirad la puerta abajo! ¡Esa zorra! Vas a pagármelo muy caro, querida, no pienso dejarte ni un hueso sano cuando te atrape...¡desearás poder volver a morir!
Carol se giró hacia el dormitario, amplio y lleno de muebles. La asustaba la amenaza del General, pero no tenía tiempo para pensar en ello ahora. Necesitaba encontrar la Joya.
-Por favor -susurró- dime que todavía estás aquí.
Como si la hubiera escuchado, por encima de los gritos del General y los golpes de los Capataces, escuchó una vibración.
-¡Sigues aquí! Sigue vibrando por favor, déjame encontrarte.
El sonido se intensificó y a medida que Carol se acercaba a su fuente, sintió una suerte de paz extenderse por su cuerpo. Aplacaba su miedo.
Se aproximó a la cama. La vibración provenía de allí. Carol la tocó y se dio cuenta de que lo que fuese estaba dentro del colchón. Los golpes eran cada vez más intensos, una de las hojas de la doble puerta comenzó a resquebrajarse.
Miró alrededor, buscando. Abrió los cajones con desesperación. Deshizo la cama.
Bajo la almohada encontró un abrecartas.
Con aire triunfal, rajó el colchón, con una saña de las que no se creía capaz. Era blando, de paja, y cedió bastante fácil. Metió la mano, siguiendo la vibración. Sus dedos la tocaron. La Joya.
Sacó el brazalete del colchón.
-Por favor, llévame a ver a Nora -suplicó.
Se colocó la Joya en el momento justo que las puertas cedían.


EL CIELO



Abrió los ojos. Una oscuridad inmensa la envolvía. Todo estaba tranquilo.
Esperó unos instantes a que sus ojos se habituaran y entonces comenzó a distinguir sombras. Una mesa, unas sillas. El mueble del salón. La estantería con los libros de Noel.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos.
Estaba en casa.
Sus pasos descalzos la llevaron al dormitorio que compartía con su marido. Sintió la tentación de despertarlo, pero en lugar de eso se quedó en la puerta, observándolo dormir plácidamente. Una lágrima le resbaló por la mejilla. Muy suavemente se acercó y con las yemas de los dedos le rozó el pelo. Se agachó para depositar un beso en su barba, que empezaba a ser frondosa, y se quedó observándolo. Sonrió.
-Lo siento pero tengo que ir a ver a Nora -le susurró al oído.
-Hmmmm -respondió él, en sueños.
Carol se alejó de la cama, del dormitorio, de Noel. Recorrió el pasillo. La puerta del fondo, a medio cerrar, tenía unas letras adornándola. NORA.
Entró. La pequeña dormía abrazada a su peluche favorito, con la lámpara de noche encendida. El corazón de Carol se llenó de amor. Se aproximó y se sentó en la cama de su hija.
-Nora -susurró, zarandeando muy levemente a la niña.
Nora arrugó la naricita, como siempre que la despertaban. Entreabrió un ojo, quizá para comprobar de qué humor se encontraría a su padre y si podía pedirle cinco minutos más, pero al ver a su madre se sorprendió. Sus ojos de gacela, iguales a los de su madre, se abrieron al máximo.
-¡Mamá! -exclamó, llena de felicidad.
Saltó de la cama y abrazó a su mano. Carol estrechó a su hija en brazos, llorando.
-Mamá, ¿qué haces aquí? ¡Me dijeron que estabas en el cielo! ¿Lo sabe papá? Madre mía, ¡tenemos que ir a decírselo a papá ahora mismo!
La niña la soltó, saltando de la cama sin siquiera ponerse las zapatillas y corriendo a la habitación de su padre.
-Nora -llamó Carol, suavemente.
Nora se paró, agarrada al picaporte de su puerta. Se giró hacia ella.
-¿Qué pasa, mami?
-Ven aquí, mi pequeño koala -susurró Carol.
Nora obedeció, acercándose curiosa. Carol la agarró y se la sentó sobre las rodillas.
-Tengo cosas que decirte, Nora. He venido a decírtelas. Siento haberte gritado, mamá estaba enferma, pero no fue culpa tuya. Tú no estabas haciendo ruido, no fue culpa tuya. -meció a la niña - Tienes que saber que mamá te quiere mucho y no te olvidará nunca aunque estemos separadas. Y que algún día papá se enamorará de alguien. Dile a papá que mamá quiere que vuelva a enamorarse. Y esa mujer de la que se enamore os la habré mandado yo, desde donde existo, para que cuide de vosotros ahora que yo no puedo.
-Pero mamá...yo no quiero que te vayas otra vez...
-No puedo quedarme, Nora -las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Carol.

"-¿Qué quieres decir con "aquella persona de la que se haga la Joya será la única que podrá disponer de ella?
-Quiero decir, nueva, que aunque consiguieras la Joya, yo, por ejemplo, no podría robártela. Ni yo ni nadie. La Joya debe escogerte, sus motivos tendrá para hacerlo o para no, pero si lo hace, será leal a ti. 
-¿Significa que solo yo podré usarla?
-Significa que solo tú podrás escoger su destino"

Carol le sonrió a la niña.
-Tengo un regalo que hacerte. Es un regalo muy especial e importante, pero tienes que prometerme dos cosas: una, que será nuestro secreto, y dos, que no te lo quitarás nunca.
-Vale...¿qué es? -preguntó Nora, dubitativa.
-Es este brazalete que lleva mamá ahora mismo -Carol se lo mostró.
¡Hala! ¡Qué chulo! -exclamó Nora.
Carol se rio.
-Sí, es muy chulo.
Agarró entre sus manos la cara de su hija.
-Te quiero con toda mi alma, Nora.
-Y yo a ti, mamá.
Carol besó a Nora en la mejilla, un beso infinito, con los ojos cerrados. La pequeña le abrazó el cuello. Los deditos de su mano derecha se pusieron a toquetear la herida abierta de la cara de su madre. Carol agarró su mano y, con delicadeza, deslizó por la muñeca el brazalete.
-Adiós, Nora -murmuró, y abrió los ojos para verla por última vez antes de desaparecer para siempre.


LA MAÑANA



Noel se preparó para levantar a Nora. Siempre costaba trabajo, porque se le pegaban las sábanas. Sin embargo, cuando entró en la habitación, se la encontró despierta.
-Esta noche he visto a mamá -declaró la niña.
-¿Qué?
-He visto a mamá -Nora sonrió -ha venido a decirme que siente haberme gritado y que me quiere mucho. ¡Ah! Y que algún día tienes que echarte novia, que mamá nos la mandará para que cuide de los dos -se rio.
Noel sonrió y se acercó a la niña. Le besó la cabeza.
-Has tenido un sueño, Nora. Es un sueño bonito pero ya hemos hablado de esto, mamá ya no está, hija.
-Pero yo la he visto...
-Siempre podrás ver a mamá en sueños, pero son solo eso, sueños. Quiero que lo tengas presente, ¿estamos?
-Bueno...sí...
-Muy bien, cariño -Noel sonrió- ahora vístete para ir al cole.

Noel levantó la persiana y salió del cuarto para ir a preparar el desayuno, mientras que Nora se acercaba al armario a escoger la ropa. Cuando se quitó el pijama, la luz del Sol centelleó en el brazalete que llevaba puesto. Nora alargó la mano y lo tocó muy suavemente. La Joya empezó a vibrar de manera leve, y le pareció sentir la mano de su madre.
Sonrió.

martes, 11 de junio de 2019

(Puede que) en una caja de cartón.

Miro a mi alrededor, estoy perdida. O quizá no, ¿acaso perderse no es estar en un lugar que no conoces? Entonces no lo estoy, porque he estado aquí siempre. Pero si perderse es estar en un lugar del que no sabes cómo salir, entonces sí lo estoy, aunque esto sea desde siempre mi casa. Mi casa, cerrada por fuera, de la que no tengo llave.
No sé dónde estoy ni por qué estoy aquí. Sobre todo el por qué, es algo que me carcome. Me gusta entender las cosas, con los años he ido volviéndome lógica, fría, racional. A veces también siento la emoción, claro, pero es algo peligroso. Algo peligroso porque entonces solo quiero sacudir estas paredes y encontrar algo para hacer palanca en la cerradura, y nunca hay nada.
Lo que hay es una ventana y a veces puedo asomarme al mundo exterior, e incluso pegar mi mano al cristal, mi cara o mi boca, y otra mano, una mano de fuera puede posarse sobre la mía sin llegar a tocarme. Es una ilusión que por un momento hace que me olvide de donde estoy (¿dónde estoy?) hasta que me doy cuenta de que solo noto el frío cristal bajo los dedos porque esa mano es de fuera y no pertenece a donde estoy (¿dónde estoy?).
Me han gustado las metáforas, los símiles, toda la vida, es la mejor manera que encuentro de explicar lo único que sé de este sitio. Así que diré que esto es como ser una pieza de otro puzzle colocada en la caja equivocada. Te cogerán un momento y buscarán dónde vas, arrugarán el entrecejo. Aquí no es, aquí tampoco, vaya, qué pieza tan difícil de colocar. Puede que te reserven para el final, a ver si encuentran tu sitio, pero eventualmente se darán cuenta de que no perteneces ahí y entonces enmarcarán el puzzle, con sus piezas correctas, y tú tienes dos destinos: la caja, si son benévolos, la basura, si son prácticos. Y en uno de esos lugares supongo que es donde estoy (¿dónde estoy?).
Las cajas no tienen ventanas ni tampoco los contenedores, pero nadie ha dicho que esto fuese lógico, ¿verdad? O justo. Lo único que sé es que veo el mundo exterior y el mundo exterior me ve a mí, podemos exhalar vaho en el cristal y escribirnos mensajes, a veces me arrancan una sonrisa, a veces me olvido de donde estoy (¿dónde estoy?), pero luego ellos crecen y siguen y avanzan y entonces recuerdo que son de fuera.
Cuando alguien se acerca a mi cristal me aletea el corazón y pienso que tal vez en la fábrica de juguetes ya se han dado cuenta de que han metido en la caja equivocada una pieza de puzzle, y no solo eso, si no que hay por ahí un puzzle incompleto sin mí. ¿Te imaginas? A veces fantaseo con esas cosas. Pero el tiempo pasa mientras no pasa nada y a veces me recorre un miedo cerval la médula espinal, hasta hacerme el tuétano de hielo, y pienso en la de veces que la gente se equivoca y que quizá yo sea una pieza hecha para nada, que hubiera tenido que ser de una forma y algo me hizo de otra. En definitiva, una pieza que no es de ningún puzzle...¿te imaginas? No se me ocurre nada más prescindible que eso.
Así que estoy perdida. O quizá no, ¿acaso perderse no es estar en un lugar que no conoces? Entonces no lo estoy, porque he estado aquí siempre. Pero si perderse es estar en un lugar del que no sabes cómo salir, entonces sí lo estoy, aunque esto sea desde siempre mi casa. Mi casa, cerrada por fuera, de la que no tengo llave. Pero lo cierto es que estoy perdida no solo de una manera geográfica, si no de una manera existencial...¿dónde está mi sitio? , ¿tengo alguno?, ¿existo para algo?, ¿soy un error?
Quiero ser como ellos, quiero salir fuera de este sitio, quiero ver el cristal por fuera, o quizá no acercarme nunca más, o quizá acercarme solo a exhalar vaho y escribir desde fuera "adiós, hasta nunca, no te echaré de menos", pero no sé dónde está la llave, no sé ni siquiera si hay una maldita llave, porque puede que esto sea un contenedor o una caja de cartón y ni los contenedores ni las cajas de cartón necesitan llave.
Ni siquiera sé dónde demonios estoy.

sábado, 11 de mayo de 2019

Las arañas (2011)


Antes me asustaban las arañas.
Ahora me asustan menos cosas
-los animales abandonados, los niños escuálidos,
el planeta muerto, los bebés devorados por contenedores,
las venas que sangran, los marginados sociales,
los correccionales de menores, la abusiva tecnología,
los cuerpos que nunca vuelven a aparecer,
la muerte en otros, los diálogos que no sirven,
los ancianos podridos de olvido, las bombas de la guerra-
pero solo porque ya no me asustan las arañas.

Desconfianza

 Igual que cuando fuera llueve Y decide una, por no enfermar, Por prevención, porque se conoce el cuerpo, Ponerse un abrigo, la bufanda, los...