domingo, 27 de noviembre de 2016

Los espejos de Swathi

Se llama Swathi.
En realidad no es su nombre, pero Swathi significa "estrella" en algún idioma exótico de algún lugar lejano donde todos sus problemas podrían parecer pequeños. Es apropiado porque Swathi brilla como una estrella pero también se consume. Y el nombre real siempre es algo mundano que no nos describe a ninguno.


Swathi aceptó sonriendo la copa. El chico le devolvió otra sonrisa trémula e insegura. Ella murmuró un alegre "gracias" y se dio la vuelta, abandonando al muchacho que acababa de gastarse el dinero en ella. Nadie lo ha obligado, pensó Swathi. No se sintió mal en ningún momento porque sabía que aquella copa sería lo más interesante que podría aportarle el chico. Una cartera un poco más llena y un poco de alcohol amargo, de entumecedor de realidades. Era la tercera copa y quizá habría muchas más aquella noche. Muchas más para retrasar el momento de despertar en domingo sintiendo los restos de una diversión insípida y vacía.

La mañana de domingo Swathi se despertó sola aunque hubiera alguien más en la cama. Se sirvió un vaso de zumo y se lo tomó mirando a la nada, existiendo, notando lentamente la lengua y el aliento fétido de una realidad que la reclamaba. Lo tomó sentada frente al espejo, estudiando la cara cansada, las ojeras, el pelo sin peinar, los labios con restos de pintura, el tenue olor a sudor del alcohol mezclado con su colonia. Y se horrorizó de que el espejo le devolviera la imagen de alguien bello.
Los perezosos pasos la llevaron al estudio. Abrió delicadamente el cajón, como un amante dulce, y recolectó de su interior las hojas llenas de poemas. Se las acercó a la nariz, aspiró fuertemente. Los ojos se le llenaron de lágrimas de emoción. Las posó con cuidado a su izquierda mientras se sentaba en la silla y los minutos pasaron mientras su mirada fue mutando del amor tan tierno por sus creaciones a una mezcla de turbación, frustración y rabia. En un impulso salvaje se arrancó la ropa. También en el estudio tenía espejos, como en todas las habitaciones de la casa. Muchos habían bromeado con su vanidad y su orgullo, "tantos espejos, incluso en la cocina", decían burlonamente. Swathi se reía y les seguía el juego, "no puedo dejar de admirarme en ninguna habitación de la casa".

Desnuda frente al espejo intentó desesperadamente hacer una larguísima lista de sus defectos. De cosas anormales, feas, deformes, que tuviera. Su ira creció al observar sus pies. Eran preciosos, proporcionados, suaves. Recordaba vagamente el comentario de algún amante, "incluso tus pies son bonitos", mientras ella asentía aburrida.
Se miró la curva de la cadera y las piernas, los pechos y las axilas, los labios llenos. En otro tiempo sus ojos eran simplemente pequeños y anodinos y ahora la gente había decidido que eran tan armoniosos en su cara que eran bonitos. ¿Por qué?
Volvió a sentarse en la silla para que se le formaran michelines. El vello del cuerpo estaba completamente erizado de frío. Si hubiera allí algún hombre que quisiera adentrarse en ella le hubiera cedido una chaqueta. Si hubiera varios hubiera podido abrir una tienda de ropa e igualmente hubiera seguido teniendo frío. Hay un frío que no se va con el ardor de la carne joven. Hay almas que solo se templan al calor de una conversación.
Extirpó a otro cajón las fotografías de la infancia. Miró su pequeño cuerpo rechoncho, su cara vulgar y redonda. Una bilis amarga subió por su esófago hasta dormirse en su boca; aquella niña había soñado con ser guapa. Y no solo guapa, muy guapa. "Bueno, felicidades" murmuró Swathi, hastiada. Ya en aquellas fotos escribía y la gente lo llamaba "talento". Porque cuando tu cuerpo es rechoncho y tu cara es vulgar y redonda puedes tener talento. La gente puede apreciarlo y admirarte. La gente quiere buscar la belleza que existe en tu talento.

Sentada y fría, con el montón de poesía que nunca enseñaría a nadie porque a nadie le interesaba verlo a su izquierda y el montón de inquietudes vitales que nunca contaría a nadie porque a nadie le interesaba escucharlo a su derecha, comenzó a sentirse culpable. El líquido del zumo se digería poco a poco en su estómago. Con rapidez y decisión se dirigió al baño. Cuántas veces había castigado a su belleza en aquel váter. Cada vez menos, porque cada vez la castigaba más en el plato vacío.
Luego se levantó manchada de jugos y sangre, llena de mocos y lágrimas, y se miró al espejo. Quería encontrar un esqueleto que produjese rechazo. Quería que aquel vómito la hiciese repulsiva. Pero su pelo enmarcaba su dulce cara y vio una hermosa mártir, una niña perdida. Un grito subió por su garganta.
Swathi gritó ferozmente. Algo tan animal que parecía que iba a romperse para poder dejarlo salir. Sus manos pequeñas y delicadas arremetieron contra el espejo. Sus puños blancos se tiñeron de rojo. Un golpe, otro golpe, otro más, uno por cada vez que se han fascinado con la imagen del espejo y no han querido mirar más en ella. El espejo se desmenuzó y Swathi arrastró los fragmentos por el lavabo, cortándose la piel, precipitándolos al suelo. Con una rabia gutural los pisó, destrozando sus pies. "Incluso tus pies son bonitos".

Una espiral de locura manchada en sangre, vómito y mocos alargó la mano y cogió el cristal más grande. Hundió su afilada punta en la carne de su cara. Una vez y otra y otra, una por cada vez que no importaron las palabras que decía, sino el vaivén de su boca al hablar. Su tersura y su suavidad se abrieron de formas obscenas.


Cuando terminó, exhausta, fue a verse en un espejo sano. Admiró su obra y riendo de alegría, dejó caer el cristal.

Solo se dejó la boca sin tocar. No quería deformarse los labios y que le costase pronunciar.
"Porque de ahora en adelante, pensó felizmente Swathi, el mundo sabrá escuchar lo que tengo que decir".

martes, 8 de noviembre de 2016

Crónica de cuando todos los elementos fallan

Nacemos solos y morimos solos. Soy capaz de afrontar esto. Lo terrible es el camino entre un punto y otro; a menudo, demasiado largo.
Cuatro elementos quise que fueran mi cayado:
El aire tan voluble se esfumó como vino,
el agua terminó por adherirse a mis ojos y bajar rodando por mis mejillas,
el fuego me hizo arder y después me consumió
y la tierra jamás me sostuvo firmemente, abriéndose bajo mis pies.


A todos y a cada uno quiero gritarles que gracias por nada. Espero que hayan disfrutado. Yo solo sé amar como los niños, sin maldad, con inocencia, con pureza, pero en cambio sé sufrir como los ancianos. Y estoy igual de mustia. Os odio por convertir mis poemas en recuerdos espantosos.

Gracias por adelantado a todos los que me hieran de ahora en adelante. Gracias por ver lo bueno de mí y destruirlo. Incluso en el dolor usaré mi inspiración para daros belleza pura: la poesía.



jueves, 3 de noviembre de 2016

Quiero comerte a besos.
Que se nos pasen las horas entre secretos y sexo,
que tu pelo me huela
a lo que mi piel más anhela
y tu piel siempre seda
no sea cosa de tiempo.

Quiero comerte a besos
y ser la yegua que montas como fiel caballero
y que mis manos sean hiedras
trepando y rompiendo piedras
que vayan apareciendo
entre mi boca y tu aliento.

Quiero comerte entero,
hacer tan caliente como agosto el frío mes de enero,
y escribirte poesía
con la lengua cada día
en todos los recovecos
que van dejando tus huesos.

Quiero comerte a besos,
empezando por el cuello y terminando en la bragueta,
y que mi cuerpo de poeta,
de los pies a la cabeza,
te aúlle como los lobos
a la henchida luna llena.

Desconfianza

 Igual que cuando fuera llueve Y decide una, por no enfermar, Por prevención, porque se conoce el cuerpo, Ponerse un abrigo, la bufanda, los...