jueves, 22 de abril de 2021

Esta sombra no digerida

Estaba tumbada sobre mi cama,
y yo misma salí de debajo, 
llena de polvo, reptando,
negra y viscosa, como una sombra,
me cerní sobre mí misma, 
agarrotada, 
la carne sobre la sábana
como una muestra de derrota,
la mirada rota,
perdida en vidas distintas a esta cárcel.
No opuse resistencia,
¿de qué sirve resistirme a mí misma?
Mis fosas se abrieron
las nasales, y las del alma también,
inspiré mi propio olor a podrido,
a cosa olvidada,
a libro viejo y apolillado.
Caí sobre mí como alquitrán,
manchando mi piel blanca,
pegándoseme. 
Una suerte de mano que no era piel ni hueso,
solo sombra, 
buscó mi boca.
Yo toda blanca, pálida y exangüe,
mi boca rosa,
como una flor que no sabe que ha llegado el invierno,
que es hora de morirse.
Mi boca negra besó a mi boca rosada,
que se abrió, con la confianza de un ciego,
con la inocencia de un niño, 
recibiendo un beso donde creyó notar amor. 
Un calor me descendió por la garganta
mientras la lengua se me introducía,
cada vez más dentro, 
cada vez más sombra,
cada vez más abierta mi boca, 
mientras el fango reptaba cuello abajo,
descendía hasta el estómago,
desaparecía como todos los días absorbido dentro de mis células.
Y entonces, con mucho esfuerzo,
mi carne volvió a moverse, 
me levanté del colchón, el cuerpo pesado,
quizá ya se sabe muerto,
me acerqué a la ventana y vi fuera el Sol,
los niños chillando, la gente riendo,
la rueda de la vida girando sin más, 
y yo, tan pesada con esta sombra no digerida,
tan pesada que no puedo girar más,
noto una lágrima que rueda
por la mejilla que calienta el Sol
que entra a través de mi cristal. 

Desconfianza

 Igual que cuando fuera llueve Y decide una, por no enfermar, Por prevención, porque se conoce el cuerpo, Ponerse un abrigo, la bufanda, los...