lunes, 10 de abril de 2017

¿Será eterno el desasosiego para los idealistas?
No hay cabida en este mundo para los que son como yo.

Yo hallo la esencia de la vida en el color de las hojas envejecidas, amarillentas. En las palabras deliciosas que otros pensaron tanto tiempo atrás. La hallo en la mirada profunda y sincera del animal que me muestra su alma sin mentiras. También en la risa del bebé, que es el único ser humano en quien confío, y en el olor delicioso y la textura del pan caliente.

Está mi corazón de vestido sáxeo lleno de amor por esta tierra.

Habiendo entendido que las semillas cuidadas brotan y germinan y nos regalan gentilmente sus frutos, imito a la naturaleza y me vierto en los surcos.
Me vierto en el surco de la sonrisa de la familia.
Me vierto en el surco de la cicatriz del desconocido.
Mas es el corazón humano una tierra yerma y desagradecida. Nada brota.

Nada llena más que dar.
Un agricultor ama su tierra y la protege. Se establece entonces una simbiosis deliciosa, en que la tierra hincha su vientre con las dádivas y se regala al hombre.
Mas ninguna tierra que yo haya amado ha hecho más que absorber mi agua y permanecer inmutable.

Es entonces cuando dar comienza a doler y el alma se agrieta.


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