domingo, 16 de abril de 2017

La casa

Quizá buscas casa y te parece mi fachada un buen asilo. Mas, ¿vas a quedarte ahí, en el porche, a ver caer la noche, y dormir en el suelo hermoso y frío?
No llames bella a la casa hasta que te aventures puerta tras puerta. Alguna habitación te parecerá tan hermosa que te robará el aliento; otras, tan ruinosas, que el corazón asustado se saltará un latido.
Por las noches la madera de las almas gime tras años de pesos y cambios de temperatura. Cuando todo el mundo duerme la casa se encoge, abandona su porte regio y suspira. Es entonces, y no cuando vengas a visitarme una tarde, cuando la llave maestra que guarda la Luna le hace un amor dulce a mis más oxidadas cerraduras, que, satisfechas, se entregan.
Y solo de madrugada pierde protagonismo el cabello o la sonrisa, ocultos bajo capas de polvo de arcaicos baúles. Se abre el álbum de fotos de mi alma y aquello que el día no capta brilla en la aterciopelada noche.
Mis muros están hechos de poemas, y son tan sólidos y firmes porque la poesía jamás se debilita. Aquí y allá la pintura se desconcha y revela mi edad verdadera. Las grietas surcan las paredes, como cicatrices crueles y burlonas, que cuentan a gritos una historia.
En esta habitación, del suelo al techo, hay arcoiris pintados, porque de niña no sabía dibujar otra cosa.
En aquella otra, los pelos de los gatos crean una alfombra desordenada y caótica.
En esta sala hay una radio que reproduce en cada emisora una risa distinta de todas las que tengo.
En este baño, las baldosas son frías y la bañera está colmada de las lágrimas que he llorado.
Y tengo una habitación a medio terminar, donde las cortinas, muy muy tenues, están siendo cosidas con los hilos de los sueños que el futuro me va entregando.

Si tienes miedo evita el sótano, pues allí nada brilla. Es una estancia que solo se abre cuando necesito embeberme de negritud. Allí no hay suelo y me siento sobre la tierra, que palpita. Mis dedos de animal la sienten, caliente. Aquello son mis cimientos y mi origen, y puedes creerme si te digo que amo ese sótano desesperadamente, pero no invitaría allí a casi nadie. El olor es afrutado para mí pero horriblemente pestilente para otros.

En todos los ladrillos encontrarás mis huellas y trocitos de piel, pues esta casa soy yo, y una va dejándose poco a poco en aquello que construye, mas no las reconocerás porque solo has visto las huellas de mis pies. Ahí fuera, en la entrada, solo piso. Ya me ves entera y acabada, erigida sobre mis zapatos que se van deslizando sobre todo.
Aquí dentro vivo yo, y vive la niña del arcoiris, y vive la mujer futura que trenza cortinas, y vive la criatura del sótano. Cada vez que cae el Sol, y hasta que se recupera y se levanta, todas nos apostamos ante una ventana y esperamos pacientes una visita.
No golpees la puerta, nos asusta. El timbre son tan solo las palabras adecuadas.

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