lunes, 14 de febrero de 2022

Que no quiero ser el ratón

En algún momento me moriré. Espero que ese momento no me quede muy lejos.
Lo pienso una vez y otra en un parque a oscuras en Barcelona. Comienza a caer lluvia, me agrada. Un poco de empatía: del cielo, de las nubes. Yo también estoy preñada de agua y de tristeza. Yo también lluevo.
No hay nadie a quien echarle la culpa, salvo a mí. A mí y a Mí, dos caras de una misma moneda envejecida sin uso ni valor.
Estoy sentada en un banco y me llueve encima. Esta parte de mí (de mí y no de Mí) no sirve para el mundo. Y tampoco es que quiera estar en el mundo, pero tengo que sobrevivir un poco más. Sobrevivir otro ratito. 
La otra parte de Mí comienza a tirar con fuerza. Siento mis emociones, líquidas, correr por mis huesos, deslizarse como en un tobogán hacia la nada. Y después solo queda la nada, y la rabia. Quedo yo, al fin y al cabo, porque esto también es parte de Mí, aunque no de mí. 
¿Está Dios jugando conmigo al gato y el ratón?
No quiero ser el ratón.
Me llueve, me llueve. Necesito más lluvia, necesito nieve, necesito pelotas de granizo. Necesito una punta afilada surcando piel como un navío a la deriva. Necesito vaciarme de todo lo que soy.
Necesito llenarme de todo lo que soy. De la rabia y el desprecio y la apatía. De la risa sardónica, de la lengua afilada, del cianuro en vena. 
Una parte de mí llueve. Otra parte de Mí le dice que ya está bien, que lo ha intentado, pero que no vale para sobrevivir otro ratito. 
Que no quiero ser el ratón.

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