Que viva conmigo,
y que vaya a quedarse para siempre,
no como esa miríada de hojas de otoño
que vuelan y se mudan con el viento,
solo esta tristeza,
que es suficientemente líquida para colarse en los rincones,
y tan viscosa para atraparlo todo,
barrerlo todo,
ahogarlo todo,
a su paso.
Los relojes me endurecen y fascinan,
golpean mazos como jueces crueles,
un pom, pom, pom constante,
un sonido acusatorio de que una vez más
o no estoy en mi sitio, que no existe,
o he llegado tarde.
Y camino por la vida,
me deslizo,
como una suerte de sombra desamparada,
como una cría huérfana y arrugada,
con los pies llenos de cadenas,
los zapatos llenos de cemento,
la garganta llena de gritos inacabados,
¡qué espanto!
Quisiera despertarme un día sin la agonía
de querer ser y no poder,
de poder ser solo lo que no quiero,
o llena de valor para despedirme.
Quisiera despertarme un día sin la certeza
de ser siempre solo la sombra del recuerdo de alguien,
incluso de mí misma,
de no poder ser nunca nadie,
ni siquiera yo misma,
o bien, llena de valor para despedirme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.