Es tan dulce e insaciable
mi alma de labriega
que siempre quiero hacer nacer flores
en terrenos descarnados.
Las semillas las tomo prestadas
de la colina de mi corazón
y luego nunca,
nunca,
las devuelvo.
Yo he arrancado con mis manos
malas hierbas,
y me he abierto
en las palmas surcos llenos
de memoria.
He llorado en tierras yermas
y en estimas muy pequeñas
para hacer crecer en ellas
una historia.
De la sangre de mis palmas
ha nacido la amatoria,
de la sal echada en ellas,
el dolor,
patas largas como arañas,
en la mano una guadaña,
erigiendo una montaña
de temor.
En la cumbre, que es tan fría,
y que cada día conquisto
siempre nieva de imprevisto
y el amor,
autor de la geografía
del alma, mi anticristo,
mi tutor,
de piedad desprovisto,
se acerca a mi geografía
y susurra con lengua fría:
tengo el alma más abrupta
que hayas visto.
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