lunes, 18 de mayo de 2015

Solo las tormentas

Qué triste es la vida cuando cada cosa buena que ves llegar la observas con miedo. Un miedo atroz. Un odio inhumano, animal, firmemente arraigado por el instinto, hacia Dios. Te preguntas "¿qué cojones le he hecho a este hijo de puta para que me mande cosas buenas?".
Porque las cosas buenas son volátiles, y qué triste es la vida cuando lo sabes. Cuando te dedicas a contar los días para ver cuánto dura esta vez. Y cuando no sientes sorpresa, pero sí una amarga desilusión, cuando se va. Las risas de despedida, esas amargas de "vaya, vuelvo a tener razón" son el puñal más fiero que me he clavado nunca.
Parece que nada está hecho para durarme. Lo único bueno que he conocido y me ha durado un tiempo relativamente largo ha sido la tranquilidad. Y reconozco que duró tanto porque fue una tranquilidad vacía; vacía de todo aquello que pudiera hacerme daño. Fue una burbuja aislada del mundo. Transparente. Os veía pero realmente no interactuaba. Nada podía tocarme.
Un día decidí abrir la puerta de esa burbuja. Se me olvidó la prudencia o no quise llevármela en un repentino arranque de valentía. He caminado fuera de la burbuja y he gozado de la hierba entre los dedos de mis pies. Y el aire olía tan distinto...Y los pájaros cantaban. Y los ríos fluían. Y se sentía como si la vida estuviera envolviéndome en su abrazo infinito.

Pero nada dura.
Solo las tormentas.

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