miércoles, 5 de septiembre de 2012

El sol se levanta gris,
pesado como el plomo
y no escintila como
el que ayer conocí.
Como de un colibrí
el ala pasó mi tiempo
dejándome el esqueleto
de lo que antes fui.
Despegue total, completo,
de gentes, calles y edificios
que dejan un orificio
en mi corazón, ora hueco.
Mi ciudad hecha de eco,
donde los pájaros no cantan
nada salvo lamentos.

El sol se esconde rápido
en el claro cielo de agosto,
vuelto demasiado angosto
en un callejón insípido y pálido.
Los rayos son como un látigo
batiendo en mi retina
que espía al que no trina,
callado y triste pájaro.
Llevo las flores, las briznas
a mi nariz, que repele
el olor, maldito pelele,
que hace mi alma trizas.
Mi ciudad deshecha de misas
donde los pájaros no cantan
nada que suene a risa.

La luna ahoga las noches
en un pozo largo y oscuro
hallado en mi garganta, cual muro
que no dudan en atravesar los coches.
Nadie saluda en el porche,
ni ama un poco al vecino
ni anhela el triste cariño
que a veces nos da un nombre.
Mi ciudad hecha de niños
que asustan como cadáveres,
donde los pájaros son frágiles
de voz, como un mudo hipo.

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